EVANGELIO
San Juan 8, 1-11
En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba. Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?». Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra». E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?». Ella contestó: «Ninguno, Señor». Jesús dijo: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».
COMENTARIO
DOMINGO 5 CUARESMA, C
6 abril 2025
Este precioso, conocido y comentado relato del Evangelio me permite tres reflexiones para culminar el ciclo litúrgico de la Cuaresma. Antes de hacerlas quiero hacer tres notas que, aunque supongo conocidas, todavía son precisas para muchas personas. Veamos.
a) Esta mujer adúltera no es Santa María Magdalena. Conviene superar la confusión que desde hace años arrastra la iglesia latina y que últimamente también ha recogido la conocida serie The Chosen (Los elegidos). En efecto, esta mujer no es Santa María Magdalena, como tampoco lo es la prostituta que unge los pies en casa de Simón el Leproso, ni María de Betania, la hermana de Lázaro y Marta, ni la samaritana con cinco maridos que encuentra Jesús en Siquén. Todas son mujeres diferentes. Por tanto, no conviene cargar a la primera de los Apóstoles y testigo de la Resurrección, con pecados que no son suyos.
b) La iglesia primitiva tiene en su interior rivalidades y luchas que son fruto de los deseos de tener influencia una sobre otras. Eso afecta también a la comunidad cristiana de Apóstol San Juan. Se trata de una comunidad que tiene sus propias características y que le hacen sentirse importante. En verdad, si la comunidad de Roma es privilegiada por tener la referencia de San Pedro, la de San Juan también lo es porque es la comunidad del discípulo que Jesús tanto amaba y donde estuvo la presencia de la Santísima Virgen. Esta situación ya la denuncia San Pablo cuando escribe: “Pues, hermanos, me he enterado por los de Cloe de que hay discordias entre vosotros. 12Y os digo esto porque cada cual anda diciendo: “Yo soy de Pablo, yo soy de Apolo, yo soy de Cefas, yo soy de Cristo” (1 Cor 1, 11-12). Probablemente este pasaje procede de la tradición de San Lucas y fue incluido en este escrito joaneo para abordar la situación que se vivía en la comunidad del Discípulo Amado.
c) El Evangelista Juan tiene empeño en su Evangelio en anunciar el Misterio de la Encarnación. Ya en su prólogo lo afirma: “El Verbo se hizo carne” (cf Jn 1, 14). En consecuencia, es posible llegar a un conocimiento que permite decir con San Pablo: “Todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo” (Flp 3, 8)
Hagamos ahora tres reflexiones.
a) Personal. La mujer denunciada y puesta en evidencia, escucha de Jesús: “Yo no te condeno”. Así, resulta salvada. Quienes quisieron comprometer al Señor fueron puestos en evidencia tanto con aquello que escribió en el suelo, y que desconocemos, como con el proverbio usado: “El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra”. Con estas palabras el Señor también salvó a los acusadores de cometer una atrocidad. Por otra parte, si Jesús hubiera exigido la lapidación le habrían acusado de rígido y exigente. Si, en cambio, hubiera respaldado la práctica tolerante que era habitual, le habrían acusado de no cumplir la Ley. Como sabemos, Moisés había permitido el acta de divorcio en caso de adulterio (cf Mc 10, 4). En la actualidad la situación de la mujer señalada no es extraña en una sociedad donde las redes sociales y los programas de cotilleo televisivo pueden destruir a cualquier persona.
b) Eclesial. Las mujeres bíblicas pueden adecuadamente personificar al Pueblo de Dios, con el cual el Señor hizo su desposorio. Hay mujeres santas como la Virgen María y otras pecadoras. En realidad, Israel se olvidó de su Dios y lo cambió por uno becerro de fundición. Aquí también se puede descubrir cómo el Señor se compadece de la infidelidad de su pueblo. Hoy, en el seno de la Iglesia, también abundan las rivalidades entre grupos, asociaciones cofradías, movimientos y entre nostálgicos y progresistas. El Señor salva a su Pueblo, le es siempre fiel y reclama la unidad entre todos los que son de Cristo.
c) La Revelación divina, que comunica el Evangelio surge de la misma realidad de Jesucristo, Hijo de Dios encarnado que, como cita el mismo Evangelio según San Juan, dijo a Nicodemo: “Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3, 17).
F. Tejerizo, CSsR
San Lucas 15, 1-3.11-31
En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: “Ese acoge a los pecadores y come con ellos”. Jesús les dijo esta parábola: “Un hombre tenía dos hijos: el menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte que me toca de la fortuna". El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a apacentar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos; pero nadie le daba nada. Recapacitando entonces, se dijo: "Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: "Padre, he pecado contra el Cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros". Se levantó y vino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos. Su hijo le dijo: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”. Pero el padre dijo a sus criados: "Sacad enseguida la mejor túnica y vestídsela, ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo, comamos y celebremos un banquete; porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado". Y empezaron a celebrar el banquete. Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó que era aquello. Este le contestó: "Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud". Él se indignó y se negaba a entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Entonces él respondió a su padre: "Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado". El padre le dijo: "Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado".
DOMINGO 4 CUARESMA, C
31 marzo 2025
Este cuarto domingo de Cuaresma, de “Laetare”, supone un anuncio más próximo de la celebración pascual. Por ello, la sobriedad cuaresmal se atenúa y los colores litúrgicos también son más suaves.
Al servicio del anuncio de la cercana Pascua, se encuentra esta querida, conocida y muy comentada parábola del Hijo Pródigo, que me gusta denominar de los “Hijos terribles”. Precisamente por los hijos uno siente la inclinación a compadecer a un padre, cuyos hijos le han sido un fracaso. ¿En qué se equivocó con ellos? ¿Qué hizo mal en su educación? Esas cuestiones son las mismas que muchos padres de familia también se formulan en actualmente. Acaso solo cabe dejarse sorprender por la libertad personal de cada cual.
Cuando San Lucas escribe esta parábola quiere comunicar una doble buena noticia a su comunidad cristiana y a las nuestras. Se trata, ni más ni menos, de aquello que es el centro de la fe y vida cristianas.
En efecto, por una parte, hace decir al padre a sus criados: “Este hijo mío estaba muerto y ha revivido” y luego repite a su hijo mayor: “Este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido”. En definitiva, se trata de anunciar la posibilidad de la Resurrección y su efecto para quienes creen en ella y que, en palabras de San Pablo, presentes en la segunda lectura de este domingo, suponen que “Si alguno está en Cristo es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha comenzado lo nuevo”.
La segunda buena noticia de San Lucas se recoge en el banquete que el padre organiza para sus hijos. Es el símbolo del banquete de la Eucaristía. Todas las comidas que hay en las Escrituras se dirigen, preparan y explican la Última Cena. Eso pasa también aquí. La Eucaristía es el banquete del que brota el perdón de los pecados y la fraternidad.
Toda la parábola parece intuir un triple misterio:
a) El misterio de cada persona, expresado en el hijo menor. Su intento fue eliminar a su padre. Precisamente por eso le pidió la herencia en vida. Pero, además, sus decisiones le hacen tocar el fondo de su realidad huidiza. Acaso hace falta llegar a ese espacio personal y propio, para reaccionar y decidir de otra forma.
b) El misterio de los semejantes, representado en el hijo mayor. Su posición también es de muerte y, por eso dice a su padre refiriéndose a su hermano: “Ese hijo tuyo…” Es decir, ya no es mi hermano. Se constata así la dificultad de las relaciones interpersonales en el seno de las familias, de las comunidades cristianas y en la sociedad.
c) El misterio del padre o de Dios, que le hace tener paciencia para permitir la vida y, por tanto, el crecimiento de sus hijos. Al hijo menor, le vestirá como un hombre nuevo. Al mayor, le hace saber que es más importante el amor que la obediencia. Él no se detiene en el infantilismo, sino que hace posible el crecimiento y la maduración personal y creyente. Él crea la vida, la sostiene, la conduce y quiere llevarla a su plenitud
F. Tejerizo, CSsR
San Lucas 13, 1-9
En aquel momento se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús respondió: «¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos porque han padecido todo esto? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. O aquellos dieciocho sobre los que cayó la torre de Siloé y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera». Y les dijo esta parábola: «Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: "Ya ves, tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a perjudicar el terreno?". Pero el viñador contestó: "Señor, déjala todavía este año y mientras tanto yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto en adelante. Si no, la puedes cortar"».
DOMINGO 3 CUARESMA, C
23 marzo 2025
La liturgia de la Palabra de este tercer domingo de Cuaresma ofrece los tres momentos del camino de conversión cuaresmal: mirar, preguntar y decidirse a colaborar con el proyecto del Señor. Estos tiempos aparecen tanto en la primera lectura de este domingo, del libro del Éxodo (cf Ex 3, 1-8ª.13-15), como en este pasaje del Evangelio según San Lucas. Moisés se acerca a mirar una zarza que arde sin consumirse. Allí se admira ante aquel espectáculo y recibe la revelación del nombre divino: “YO SOY”. Luego, el Señor le envía a hablar en su nombre a los hijos de Israel. El Evangelio, por su parte, presenta el modo en que el dueño de la viña observa una higuera sin higos. En un segundo momento se pregunta para qué sirve y decide suprimirla. Finalmente, el viñador se compromete a abonarla y cultivarla, para darle una posibilidad más.
a) Atreverse a mirar, es la primera tarea de la Cuaresma. Consiste en mirarse a uno mismo y saber decirse qué se vive. Es un ejercicio no solo de una curiosidad superficial, sino que supone el esfuerzo por adentrarse en la propia intimidad, porque después de todo un año muchas cosas han cambiado en la propia vida. Eso mismo reclaman las relaciones familiares, las interpersonales o laborales, la realidad de la Iglesia y de la sociedad. Se trata ver algo más de lo inmediato o lo pretendido por la ingeniería social, la publicidad, la manipulación de las encuestas sociológicas o los medios generadores de opinión.
b) Preguntarse. Es el segundo tiempo y exclusivo de la realidad humana, porque solo los seres humanos están capacitados para ello. ¿Cómo una zarza puede arder sin consumirse o para qué vale una higuera que no produce fruto? En consecuencia, ¿para qué sirve mi vida, mi profesión, mi familia, mi comunidad cristiana, mi fe, mi participación en la sociedad o en la vida política o cultural? ¿Produzco algún fruto? ¿Ocupo terreno en balde? Es verdad que no siempre se puede recoger fruto. Eso lo hace el Señor, que es quien hace fructificar e impulsa el crecimiento. Pero sí se puede ser capaz de fecundar. ¿Lo hago? ¿Estoy dando vida, manipulándola, acaso destruyéndola?
c) Comprometerse, porque Dios es compasivo y misericordioso y concede otra oportunidad. Él nunca destruye y siempre se puede colaborar con Él, como Moisés y el Viñador de la parábola. Siempre se puede denunciar a Pilato como responsable de un sacrilegio y remediar las consecuencias de una torre derribada. Siempre se puede hablar de parte de Dios como Moisés. Y siempre se puede conceder una segunda oportunidad a uno mismo o transformarse en cuidador de los otros. La Iglesia también puede cambiarse, como ha pedido el Papa Francisco, en una especie de “Hospital de Campaña”, que genere espacios de cuidados y curación. Y la sociedad siempre va a precisar una atención que haga posible la Paz, porque ¿acaso no se ha aprendido nada después de tantas guerras?
F. Tejerizo, CSsR
San Lucas 2, 41-51a
Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por la fiesta de la Pascua. Cuando Jesús cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que se enteraran sus padres. Estos, creyendo que estaba en la caravana, anduvieron el camino de un día y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén buscándolo. Y sucedió que, a los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba. Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre: «Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados». Él les contestó: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?». Pero ellos no comprendieron lo que les dijo. Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos”.
SOLEMNIDAD DE SAN JOSÉ, ESPOSO DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA
19 marzo 2025
La celebración de San José suele coincidir cada año con el tiempo de la Cuaresma. Eso permite constatar que el Misterio de la Fe que celebramos es uno e indivisible. Uno de sus contenidos reclama el otro y por separado son inexplicables. Por tanto, el Misterio supone la Encarnación, Pasión, Muerte y Resurrección del Señor de modo unitario. San José está en función de la Encarnación, pero esa es exigencia de la Pasión y Resurrección. Y viceversa, no hay Resurrección sin la Encarnación. Así, pues, la Iglesia celebra el Misterio de la Fe y lo proclama en cada celebración de la Eucaristía.
Este pasaje evangélico ya se remite a la totalidad de dicho Misterio. Por eso, San Lucas ha destacado que María y José buscaron a Jesús durante tres días. De sobra es conocido el significado del día tercero, como tiempo de Dios. La búsqueda de los padres coincide con la experiencia de Santa María Magdalena y de los demás discípulos que también estuvieron tres días sin Jesús. Además, cualquier cristiano ha vivido esa experiencia de buscar al Señor y sentir su ausencia. Es una vivencia que siempre supone una oportunidad para la maduración de la propia fe.
Precisamente, María y José son referencia insustituible de fe. Ambos la viven juntos y está muy bien que sea así. Ellos son unidad y la liturgia así lo reconoce cuando llama a San José como esposo de la Virgen María.
La fe compartida por María y José tiene, según este pasaje evangélico, tres elementos. Veamos.
a) Sentimiento de angustia, que manifiesta la Virgen cuando dice a Jesús: “Tu padre y yo te buscábamos angustiados”. En efecto, así hubo de ser para ellos, que se sabían depositarios de la Encarnación. ¿Acaso no supieron estar a la altura? ¿No eran adecuados para el encargo divino recibido? Este es un sentimiento conocido por todos los que viven la fe y han experimentado en algún momento la pérdida del Señor.
b) El asombro, que vivieron aquellos que escuchaban a Jesús en el Templo. Eso no era extraño para María y José. Ellos ya se asombraron por el nacimiento de Jesús, por la adoración de los pastores y por la visita y regalos de los Magos. El asombro es algo que siempre acompaña a la fe cuando se percata de la obra de Dios. Al mismo tiempo dispone para aquello que podrá venir después y que volverá a sorprender.
c) Finalmente, la gratitud, que brota de aquel versículo final escrito por San Lucas y que dice: “Bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos”. Se trata del agradecimiento que surge se sentirse elegidos por el Señor, que confía en aquellos que escoge. También de percibir la presencia constante, que no abandona en ningún momento. Y, finalmente, de vivir la unión que el amor de Jesús hace posible y que ahora se descubre a comulgar su cuerpo en la Eucaristía.
F. Tejerizo, CSsR
San Lucas 9, 28b-36
En aquel tiempo, tomó Jesús a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto del monte para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos brillaban de resplandor. De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su éxodo, que iba a consumar en Jerusalén. Pedro y sus compañeros se caían de sueño, pero se espabilaron y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Mientras éstos se alejaban, dijo Pedro a Jesús: «Maestro ¡qué bueno es que estemos aquí! Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». No sabía lo que decía Todavía estaba diciendo esto, cuando llegó una nube que los cubrió con su sombra. Se llenaron de temor al entrar en la nube. Y una voz desde la nube decía: «Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo». Después de oírse la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por aquellos días, no contaron a nadie nada de lo que habían visto.
DOMINGO 2 CUARESMA, C
16 marzo 2025
Este pasaje de la Transfiguración del Señor redactado por San Lucas, que ha dicho investigó diligentemente lo narrado en su Evangelio, podía haber sido diferente si lo hubiera escrito el Apóstol Pedro, uno de sus protagonistas. Por eso, me permito hacer un ejercicio de imaginación y suponer lo que habría dicho el Apóstol a su comunidad cristiana, reunida un domingo para celebrar la Eucaristía.
Habla, pues, un supuesto San Pedro: “Yo he visto al Señor resplandeciente, luminoso y vestido de un blanco deslumbrador. Precisamente, por esto estamos reunidos en esta celebración y le descubriremos trasfigurado en el blanco del Pan de la Eucaristía. Pero eso no fue lo primero. Antes de verle así, ocurrió algo en la noche oscura de lo que ahora llamamos Jueves Santo. Junto con Jesús fuimos Santiago, Juan y yo a rezar al Monte de los Olivos. Nuestros ojos estaban pesados y nos dormimos. Aturdidos por el sueño, la noche, la niebla y la oscuridad, pudimos ver el rostro ensangrentado del Maestro. No sabíamos qué decir y estábamos aterrorizados. Yo recordé todo lo que había escuchado al mismo Jesús y aquello que sabía de las Escrituras, de Elías y de Moisés. En mi aturdimiento deseé quedarme en aquel lugar y descansar, seguir durmiendo y que Jesús también encontrara alivio. Por eso propuse hacer tres tiendas sin saber que el Maestro era mucho más que todo lo recordado de las Escrituras, de todos los profetas y de la ley. Después de todo lo pasado aquella noche, guardamos silencio. ¿Qué hubiéramos podido decir? Luego, pasaron muchas más cosas, más terror, más dolor y mi cobardía, con mis propias negaciones. Cuando me encontré con Jesús después de su Cruz supe que Él lo cambia todo, lo renueva y permite verlo con el resplandor de su luz. Por eso, le dije que Él lo sabía todo y que yo le quería. En consecuencia, aquí estoy entre vosotros, convertido en pescador de hombres y en la piedra sobre la que se construye su Iglesia. Me he permitido escuchar su Palabra y descubrir que Él es el Hijo de Dios y dejar que sus palabras se introduzcan en mi vida. Él es mi luz y mi salvación. Por eso, os puedo hablar en estos momentos”.
Este segundo domingo de la Cuaresma permite que cada cual se adentre sin temor en sus propias oscuridades, tinieblas y pecados. El Señor no está ausente de ellas, como tampoco lo estuvo en Getsemaní y del mismo modo en que acompañaba con su presencia cada anochecer del pueblo de Israel, que daba vueltas por el desierto. Esta es una nueva oportunidad para dejar que su Palabra oriente y transfigure nuestra vida y persona.
F. Tejerizo, CSsR
San Lucas 4, 1-13
En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y el Espíritu lo fue llevando durante cuarenta días por el desierto, mientras era tentado por el diablo. En todos aquellos días estuvo sin comer, y al final, sintió hambre. Entonces el diablo le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan». Jesús le contestó: «Está escrito: "No sólo de pan vive el hombre"». Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo: Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me ha sido dado, y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo». Respondiendo Jesús, le dijo: «Está escrito: "Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto"». Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: "Ha dado órdenes a sus ángeles acerca de ti, para que te cuiden", y también: "Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con ninguna piedra"». Respondiendo Jesús, le dijo: «Está escrito: "No tentarás al Señor, tu Dios"». Acabada toda tentación el demonio se marchó hasta otra ocasión.
DOMINGO 1 CUARESMA, C
9 marzo 2025
El Evangelista Lucas escribe este relato con la intención de anunciar a su comunidad cristiana la realidad del Misterio de la Encarnación. Por eso, el tentador insiste en preguntar: “Si eres Hijo de Dios…” En consecuencia, en Jesús existe toda la realidad humana y la divina. Es hombre en todo igual a los seres humanos, excepto en el pecado. Al mismo tiempo, es Dios en toda su divinidad. Hombre y Dios sin mezcla, sin confusión y sin separación.
Todo ser humano, tiene la necesidad de hacer la experiencia de ponerse a prueba. Es una práctica que acompaña la condición evolutiva del ser humano. Por eso, desde pequeño se descubre atreviéndose a hablar, a caminar, a soltarse de la mano de sus padres… Y así progresivamente hasta, por ejemplo, correr riesgos al volante o exigirse superar metas deportivas. Esa cualidad es objeto de la primera tentación y a ver si puedes convertir las piedras en pan. ¿Hasta dónde somos capaces de ponernos a prueba? ¿Hasta dónde nos atrevemos? ¿Acaso hasta decidir el modo y momento de la propia muerte?
El ser humano es el único capaz de poner a prueba a Dios; de tentarlo y hasta de vencerlo (cf Gn 32, 29). Es más, puede prescindir de él, porque Dios no se le impone. Acaso se puede recordar aquella primera tentación donde se propone comer del fruto del árbol haría convertirse en dioses (cf Gn 3, 5). ¿Cuántas personas piden una demostración de la existencia de Dios? Tirarse desde el alero del Templo es el intento de manipular a Dios y de usarlo en propio beneficio.
Por último, el ser humano puede poner a prueba al Mal, al Demonio o a Satanás. Da igual el modo en que se le llame, pero siempre cabe elegir adorar a quien no es de Cristo y elegir el poder, el prestigio, el dinero, la fama… En una palabra, lograr todos los reinos del mundo, su poder y su gloria. Siempre se puede generar el contexto adecuado para un pecado más o para una nueva guerra, porque cuando se abandona Dios, se destruye al ser humano y a uno mismo.
El Desierto Cuaresmal, como los cuarenta años de Israel por el desierto o los cuarenta días de Jesús en el suyo, bajo la actuación del Espíritu Santo, es una ayuda para vivir que solo a Dios se le debe la adoración y la gloria.
F. Tejerizo, CSsR